"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Un día atravesado

Un Día Atravesado Se aproximaba el día del niño y Mariquita se encontraba muy entusiasmada. No tanto por los regalitos que le harían sus abuelos, papá y mamá, sino también por las actividades escolares, durante la semana anterior al domingo festivo. Por esos días, no se dictaban clases y los recreos eran continuos. Los niños en los patios de las dos plantas, jugaban en actividades libres y controladas por los “profes” de gimnasia. En el recreo largo, como a mitad de la tarde o mitad de la mañana, según el turno, los juegos se realizaban en el patio de la planta baja y los del piso superior, podían observarlos desde las barandillas. Hacían actividades físicas, con aros, pelotas, fútbol, baloncesto, tenis, Carreras de embolsados, dardos para explotar globitos, tiros al blanco, carreras de conejitos, exhibiciones gimnásticas, canciones de solistas con guitarras, participaciones de la banda musical de la escuela y del coro… No faltaban las bolsitas diarias con meriendas especiales repartidas a cada niño, con la colaboración de la Cooperadora escolar, conteniendo golosinas y galletitas. Esto emocionaba a Mariquita, quien cursaba con sus siete añitos, segundo grado del Nivel Básico. Ya había vivido dicha experiencia el año anterior. Durante sus etapas de Jardín, las vivencias habían sido diferentes, pero no menos divertidas. Lo que más le emocionaba, era que el viernes, el último de actividades novedosas, tendrían un lindo paseo. la maestra había enviado firmar a los padres, la autorización necesaria para que los niños de ese grado, elegidos por sorteo, fueran de jornada al Parque General San Martín, para diversión en la Calesita, en los juegos de plaza, visita al museo Cornelio Moyano donde verían huesos de dinosaurios, tigres de bengala embalsamados, momias, flechas de piedras y metales, puntas filosas de flechas de muchos tamaños, mocasines incas, camisetas andinas, recipientes y cacharros indígenas de las tribus Huarpes, Puelches, Araucanas e Incaicas… y un sinfín de objetos interesantísimos. Debían llevar para tal evento, una merienda especial desde la casa. Mariquita, estaba alegre. Ella cursaba en el turno tarde y toda la mañana estuvo preguntando a su madre, cómo prepararía su mochila con los víveres… “¡Quiero galletitas con trocitos de chocolate! ¡Mamá, quiero Juguito ADES!” Alba, siempre trataba de conservar la calma, para educar a Mariquita. Sabía que su niña era única hija. Conocía el carácter impulsivo, persuasivo, caprichoso y demasiado lúcido, para la edad de su niña. Por eso, antes de contestarle, pensaba con claridad y parsimonia, sin retarla y lograr la comprensión o lógica en la mente de su hija, procurando enseñar y no imponer. “No, Mariquita. Puse en tu mochila, un sándwich de queso y jamón. Porque irán más temprano y te dará hambre en la mitad de la tarde. Además puse unas galletas rellenas sin chocolate, porque recuerda que no has estado muy bien de la pancita. Y en vez de jugos con azúcares que no te caen bien, puse en tu mochila, dos naranjas y otras frutas.” “¡Noo, no, noooo! ¡Quiero gaseosa, alfajores o un juguito Ades, Bagio o cualquiera de duraznos!” “La fruta te alimenta, no tiene conservantes ni azúcares que enferman tu panza, Mariquita. Después pasás las noches llorando porque te duele”. “Bueno, pero quiero la mochila grande, la de ruedas, no esa chiquita del jardín”. Dijo algo molesta, pues pensaba en agregarle más cosas a su regreso. “No es necesario, Mariquita. Apenas llevas un pequeño bulto. No tiene sentido. ¡Te sobra espacio!” Ante la insistencia de la niña, Alba, simplemente se mantuvo tranquila y firme diciendo que si no aceptaba esas reglas, se quedaría toda la tarde en casa. Cuando la pequeña vio en los ojos de su madre, firmeza y seguridad, supo que de nada serviría sus artes de quejas y antes de perderse el paseo, no le quedó más opción. Y era que una compañerita, le había asegurado haber oído a la maestra, hablar con otra, que aparecería antes de partir, un camión repleto de juguetes para obsequiar a todas las criaturas. No se perdería esa oportunidad, si era verdad, lo que su compañera de banco le había afirmado. Mientras esperaban al mini bus, que las llevaría a las niñas al Parque, la señora directora, junto a las maestras, se organizaban para recibir a un hombre, quien vestido con overol naranja del Municipio, ingresaba ante la mirada curiosa de todo el alumnado. Usaron para el evento, el salón de música. Fueron llamándolos por orden alfabético, comenzando por los grados más pequeños. Salían del salón de música, niñas riendo felices, saltando de alegría, ante la curiosidad inmensa del resto. Llevaban consigo, cajas, con dibujos que indicaban someramente sus contenidos, como jueguitos de tazas y platitos, de cocina, bañaderitas con bebotes pequeños, muñecas patas largas, muñecas para adornos, muñecas para peinar, Barbies, de diferentes tipos, muñecas similares, juegos electrónicos, juegos de mesa… pero todas las niñas estaban muy contentas, pues habían recibido un regalo. Cuando le tocó el turno al Grado de Mariquita, la emoción en ella, no tenía límites. Sentía un cosquilleo en el estómago, pensando en qué le tocaría por fortuna. Cuando se acercó al señor, con overol naranja, algo obeso con rostro bonachón, sentado junto a un escritorio, vio cómo el hombre tenía a su lado, en el piso, varias cajas gigantes. Y dos maestras ayudaban a pasarle juguetes al azar. Ni bien el señor la miró, dijo: “¿Cómo te llamas niña? Tienes cara simpática y me parece que te ganaste un hermoso regalo.” Mariquita temblaba, y mientras le decía su nombre al hombre, extendía sus manitas sintiendo sus piernas débiles por la emoción. No le faltaba en casa, juguetes, ni elementos necesarios para jugar, sin embargo, que fuera un obsequio no esperado, de un sitio donde sentía solo exigencias… le resultaba inadmisible en sus pensamientos. “A la escuela se va a estudiar”. Le había dicho su padre, cada vez que ella ponía alguna queja por quizás una compañera, por sucesos acaecidos en los recreos. Mariquita tenía claro, a través de la enseñanza de sus padres, que la escuela no gratificaba, sino que lo placentero que podría brindarle, sería quizás, una buena nota, por un destacado en sus labores, en sus tareas, en sus aprendizajes o conducta. No en vano se llenaba de ansiedades tanto ella como sus padres, cuando se le entregaba el boletín… y que se le leyera lo que tenía la maestra para decir allí sobre ella. Pero ese día era distinto… esos días habían sido muy diferentes. Eran días de agosto, y el domingo sería el del niño. Sabía que sus padres y abuelos, le darían también más sorpresas. Única hija y única nieta, la adoraban. Pero Mariquita, quería ese regalo, el del Municipio. El de la Escuela, el que gratificara sus esfuerzos diarios por ir a ese sitio todos los días, por las tareas diarias y por la aritmética que tanto le costaba aprender… por las oraciones que la maestra le exigía hacer con palabras difíciles… por la higiene obligada y constante, por estar siempre bien peinada, sin suciedades en los puños de la camisa que su madre exigía durara toda la semana blanca y sin manchas… por los zapatos brillosos, que ya le obligaban a lustrar todas las noches…. Nooo, eran demasiadas exigencias en su infancia que significaba para ella, solo una palabra… ¡jugar! El hombre sonriente, dejó ver sus dientes debajo de sus grandes bigotes oscuros y depositó sobre sus manitas, una bolsa plástica gruesa, grande, con una preciosa muñeca en su interior… ¡Era la muñeca más bonita que había tenido en su vida! En estado de emoción, guardó rápido la muñeca bellísima dentro de su mochila. Sintió que las niñas restantes del grado, no debían verla. Pensó que se la podrían quitar, o pedir prestada. O peor, se la podrían estropear por envidia. Envidia…. Una palabra que lamentablemente, Mariquita ya conocía. Su diccionario en la escuela, se había ampliado. Su actividad social, compartiendo parte de sus días en la semana, con otras niñas, le habían enseñado además de Lengua y Matemáticas, palabras fuertes, como “celos”, “envidia”, “broncas”, “competencia”, “riqueza”, “ pobreza”,”egoísmos”, “trampas” y muchas palabras más, que la iban preparando para defenderse. Su madre procuraba dejar a cada aprendizaje, una enseñanza positiva, para que Mariquita, no fuera vengativa, ni albergara en su corazón, sentimientos de rencor, o malestares. Era difícil manejar en su hija, la autoestima, en contrapunto con la soberbia, la humildad y la defensa. Alba sentía cada día que su hija regresaba de la escuela, un pequeño temor, que a menudo, consultaba con la sicóloga del gabinete del colegio… su miedo tenía los fundamentos de inculcarle a su niña, valores, para que creciera un ser humano noble, dispuesto al altruismo, a la empatía, a sentir amor por el prójimo. Sin embargo, no era tarea fácil, pues tenía que inculcar semejantes valores en contextos adversos, donde Mariquita peleaba con otras niñas, donde la competencia se imponía y las mentiras cundían, quedando ante la maestra en muchas ocasiones, como la culpable injustamente, de ciertos acontecimientos. Después había que resolver eliminar el rencor y la venganza en el corazón de su hija. La psicóloga le había dicho las mismas palabras que el sacerdote del domingo en la confesión: “Estamos en tiempos difíciles, Alba. Confíe en el corazón de su niña, que aprenderá con el ejemplo de sus padres. Más que palabras, predíquele con ejemplos. Es el mejor modo de educar a los hijos….” Subieron al Mini bus, contentas, cada una con sus juguetes, que se mostraban mutuamente, entre todas. Algunas no podían poner en la mochila sus regalos, por los tamaños grandes de los mismos y otras niñas querían simplemente, verlos bien, compartirlos o sencillamente, mostrarlos orgullosas. Mariquita quieta en su asiento, miraba absorta, todo el despliegue colorido ante sus ojitos, de juguetes de amplísima variedad y colores. Llegaron al parque y la jornada fue agotadora. Esa tarde de agosto, comenzó a subir su temperatura. Pese a tratarse de pleno invierno, una situación de viento Zonda, le había conferido mucho calor y sequedad a los ambientes. Las niñas sacaban sus gaseosas de las mochilas y bebían con fruición. Mariquita tenía naranjas. Se las comió, pero el escaso jugo de las frutas, no calmaba la sed, que iba aumentando… Faltaba poco para tomar nuevamente el Mini bus, después de cuatro horas de agotadora jornada, y la niña sentía su boca “acartonada”, con la sed al máximo. Le pidió agua a la maestra y ésta le dijo que ya no le quedaba. Pidió gaseosas a sus compañeritas, pero nadie tenía ya y la que tenía, se la negaba, aduciendo que lo que le restaba en la botella, era para ella. Comenzó a sentirse mal en el viaje de vuelta, con mareos, dolor de cabeza y la boca demasiado seca. Se le acercó sonriente, su compañera de banco. Solange… quien dijo: “Mariquita, ¿qué te regalaron a vos? ¡No has mostrado…!” Mariquita le preguntó qué tenía ella. Solange sacó de su mochila, un cilindro de celuloide, con una cadenita dorada. Dentro tenía un payaso, con vestidos de seda, en rayas azules y rosadas. Una gola de tul en el cuello, de plástico duro y rompible. Mariquita no pudo evitar, su rostro de desagrado, ante ese juguete horrible. Solange sonrió aún más… “¿No es hermoso? ¡A mi me encanta! ¡Lo pondré colgado en la cabecera de mi cama!” Mariquita quedó muda. Pero Solange era muy pícara y le preguntó qué le pasaba…. “¿Qué te pasa? ¿Acaso tenés sed?” Mariquita asintió y Solange sacó una botella de naranjada que estaba a la mitad del envase, del interior de su mochila. “Mirá, si querés, ¡te la doy toda! Yo no voy a tomar más” Mariquita extendió sus manos para asirse del envase y se encontró con la negativa rotunda de su compañerita…. “¡Aahahaha, no, no, nooo, no! Primero ¡mostrame qué te regalaron a vos!” Mariquita no quería sacar su hermosísima muñeca. Solange, destapó la botella de naranjada, y le colocó una bombillita, comenzando a sorber con fruición, poniendo cara de placer. Mariquita tenía ganas de llorar, la sed ya parecía delirio. Mariquita sacó su muñeca maravillosa. Solange se puso pálida. Hizo un esfuerzo por no mostrar entusiasmo. Pero la muñeca, era demasiado bella. Era grande, con cabellos rubios bien peinados, de plástico fino, con trabitas en los laterales. Un rostro exquisito, ojos movibles y pestañas simpáticas. Boca esbozando una sonrisa sugestiva. Tenía un vestido muy elaborado, de voladitos, pulseras, moñas, cinturones con hebillas. Ropa interior, vestido forrado con tafetán y medias de lycra. Zapatitos blancos de badana con botones y moñitas doradas. Llevaba una carterita. En su costado, tenía un juego deportivo de ropa completo, tenis, y una indumentaria para cambiarla con yeans y blusa sport. Peine, y perfumito con loción de la marca de la muñeca en su interior, de aroma riquísimo. La caja con la bolsa plástica, era grande y ocupaba todo el interior de la mochila de Mariquita. “¡Era un regalazo”! “Te daré la gaseosa, si tenés tanta sed, si me cambias mi payaso por tu muñeca…. ¿si?” Mariquita horrorizada se negó. Faltaban pocas cuadras para llegar a la escuela, y Mariquita no se moriría. Pronto podría llegar al bebedero del patio y saciar la sed que quisiera. Pero ella no sabía de distancias, ni de tiempos. Lamentablemente, Solange sí. Había visto pasar el kiosco donde ella compraba los útiles diarios, lápices, gomas y golosinas, que bien conocía, quedando cerca de su casa y de la escuela. Por ello, apuró aún más a Mariquita… la presionó. Le ostentaba la bebida, como si fuera el único elemento capaz de saciar su sed y la única solución para el drama que sentía estar viviendo Mariquita en esos momentos. Finalmente, la niña cedió. Le dio su muñeca preciosa que quedó en las manos de Solange. Mariquita vio en los ojos de la muñeca, un dejo de tristeza y abandono, que le juzgaban duramente…. Sintiendo un puñal en su corazoncito. Solange, le pasó el horripilante payaso, y la gaseosa a menos de la mitad. Mariquita comenzó a beber del pico de la botella desesperadamente. El Minibús, dobló la esquina, estacionándose en segundos más, en la puerta de la escuela. Mariquita, bajó la botella, sintió un leve alivio de su sed, pues lo azucarado no saciaba del todo. El mini bus se estacionó en el puente de la vereda y las niñas comenzaron a bajar riendo, gritando contentas. Pronto las vendrían a buscar. Mariquita, sostenía la botella vacía en una manita y en la otra el celuloide del payaso. Solange no la miró más. Bajó corriendo la escalerilla del bus… desapareciendo entre la muchedumbre de niñas ataviadas con sus uniformes de blancas blusas y faldas escosesas. Mariquita permanecía quieta. No hizo ni siquiera ademán de levantarse de su asiento. Alba llegó y abriéndose paso entre la muchedumbre, divisó a la maestra de su hija, para preguntar, ya que no veía a la niña. Sorprendida, la maestra miró en derredor. Cuando Alba giró su mirada al interior de la Combi mini bus, vio a su hija. Continuaba con el gesto perdido, sin fijar atención. “¡Mariquita! ¡Vamos hija!” Alba tomó cuenta que apenas había logrado un sobresalto en la niña. Subió y la alzó, bajándola y colocándola en el suelo. “¿Vamos, Mariquita? Vamos a casa, hija. Qué lindo payasito… ¡el que te ha tocado!”… ©Renée Escape

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